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Sufrí de abuso y aislamiento de niña. No tenía muchos amigos. Fui a la universidad y encontré mi tribu creando una organización de mujeres negras, pero no pasó mucho tiempo antes de  que las personas trans blancas nos molestaron hasta que las dejamos entrar. Fue la primera vez que entré en contacto con la naturaleza autoritaria de esta comunidad. En el momento me sentí honrada y hasta me uní a una organización para educar sobre género y  sexualidad dentro de la universidad, donde me identifiqué como una persona transmasculina. no-binaria.

Recuerdo tomar duchas con mi mamá y que criticara mi cuerpo en este espacio cerrado y vulnerable. Crecí en escuelas predominantemente blancas y experimenté lo que llamo disforia racial. En lugar de explorar ese trauma, sentí que era mejor desligarme del género porque no podía desligarme de ninguna otra categoría social. Quienes me apoyaron en mi juventud temprana eran trans. Recuerdo que las personas trans decían las cosas más viles sobre las mujeres negras, como: “si las mujeres negras tienen toda esa masculinidad y testosterona y aún así se les llama mujeres, por qué nosotras no”. 

Tenía tanta sed de amistad y me odiaba tanto a mí misma que les  seguí el rollo. El apoyo que recibía de la comunidad comenzó a desmoronarse cuando exploré mi neurodiversidad. No hay suficientes palabras para expresar cómo el movimiento trans señala a las mujeres con autismo o las mujeres negras que experimentan una socialización difícil y les hace creer que deben cambiar sus cuerpos para estar paz. Me siento bien de haber dejado ese espacio tóxico, pero me arrepiento de los años que me odié a mí misma solo por ser una mujer bisexual con autismo y disforia.


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