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Cuando tenía 14, me topé con la idea de ser trans. Me sentía realmente identificada con todo lo que los hombres trans describian y sentían, y yo sentía una conexión profunda con la masculinidad. Justo antes de cumplir 15, ya me identificaba como chico trans, usaba binder, corté mi cabello y me sentía mucho mejor.

Siempre digo que el día que corté mi cabello, fue la primera vez que me sentí hermosa. No puedo expresar lo feliz que me sentía.

Me involucré mucho en la comunidad trans y defendí los derechos trans cada vez que tuve la oportunidad. Algo siempre se sintió mal, pero se lo atribuía a estar sin tomar testosterona porque tenía y sigo teniendo una disforia debilitante.

Fuí hombre trans hasta principios de este año, cuando cumplí 18. Encontré blogs de feminismo radical y me di cuenta que podía amarme a mí misma, y mi cuerpo como mujer inconformista del género.

En mi último tiempo como hombre trans, me di cuenta que solo amaba a las mujeres. Pero me identificaba tanto con la identidad gay que decidí que si era hombre trans, entonces sería bisexual. Esto se debió en gran parte al desequilibrio de poder entre hombres y mujeres, y a mi conocimiento de que soy homosexual.

Aprendí que ser transgénero se derivaba de odiar la forma en que me percibían en la sociedad y de estar tan profundamente inmersa en la comunidad lgbt que pensé que la única forma de ser una lesbiana masculina era ser un hombre trans.

Ser transgénero originó una gran brecha entre mi familia y yo. Mi mamá lloraba porque ella temía por mí. El día que les conté que no soy trans, mi hermana me dio el abrazo más reconfortante que tuve de ella en años.

Soy lesbiana butch y nunca me sentí más feliz o más empoderada. Me di cuenta, a través del tiempo y sufrimiento, que yo puedo ser una mujer solo para las mujeres. No me tengo que depilar. Puedo tener cabello corto. Puedo tener disforia. Sigo siendo una mujer. Sigo siendo hermosa.


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